lunes, 12 de octubre de 2020

Vivía entre cipreses

 Vivía entre cipreses

Vivía entre cipreses, y en la memoria, había surcado un largo camino que le llevó durante años al punto de partida, no alcanzaba la meta de su destino y estaba cansado de buscar un final que no anhelaba.

Despojado de todas sus pertenencias, tan solo llevaba consigo a sus recuerdos, su vida, pero necesitaba el descanso, y aún no concebía la idea, que tras tantos trayectos marcados, tras tantos días a sus espaldas, luchando por entrar en el fin, aún se mantuviera en el mismo lugar.
Le daban escalofríos las sensaciones que allí vivía, los sentimientos marcados que le venían a la memoria. No sufría, pero se veía impotente, no podría mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en aquellas circunstancias, era un verdadero calvario vivir,  o mejor dicho, morir así. No encontraba el haz que le marcara su colofón, no sabía donde estaba ni sabia donde ir.
La memoria era su compañera, los recuerdos sus pasos, sus lágrimas, su único consuelo.
Recordar, recordar, y codiciar esos recuerdos, no encontraba otro deseo en su mente que seguir recordando, a pesar del dolor. Los recuerdos compañeros vitalicios.
Encontraba mil y una aventuras en su mente, pero sobretodo, aspiraba a recordar por siempre, cada uno de los pasos dados, de ida y de vuelta, a su cobijo. Recorría todos y cada uno de los días que pudo, hasta el final, los pocos cientos de metros que separaban su casa, de su cobijo, su escondrijo, su lugar favorito, donde hacía exactamente lo que hace desde hace años, dar vida a sus recuerdos.
Ese sitio era mágico, en él se habían reunido todos y cada uno de los personajes protagonistas del teatro que fue su vida, el amor, el cariño, las carcajadas y los llantos de los suyos, de los compañeros que en aquel momento le hicieron la persona más feliz del mundo.

Él no hacía otra cosa que echar la vista atrás, con alegrías, penas y alegrías. Sabía que pronto se reuniría con otros seres, otros personajes que desaparecieron de ese teatro cuyo segundo acto comenzaba ahora, y donde tomarían parte como nuevos protagonistas, otros cariños y otras sonrisas, como las de tres retoños que se fueron sin avisar muchos años atrás, su madre, su padre, hermanos, y otras personas que estuvieron con él durante años, hasta ahora, o eso pensaba él, que ahora estaría con ellos, pero los planes no habían salido con pensaba, llevaba años vagando por la oscuridad y aún no los había encontrado. Pero dejaba atrás a otras muchas personas, y le dolía, le amargaba profundamente el tener que esperarles durante mucho tiempo pero sobre todo le angustiaba la idea, que los recuerdos que en él perduraban, desaparecieran de las vidas de sus seres, de su familia, que esos buenos momentos se los llevara él al olvido.

No podía descansar, y eran años los que llevaba esta angustia por dentro, porque, ¿Se acordarían de él, con la misma dulzura como él lo hacía de ellos?

Quizás el descanso vendría dado cuando sus dudas desaparecieran.

No había otra solución, volvería a su hogar a sus gentes, recorrería el camino recorrido años atrás, dejando atrás los cipreses entre los cuales había pasado sus últimos años, dejando atrás la humedad del silencio.

Volvió a ver de nuevo un camino vivo, paso tras paso disfrutaba del anonimato frente a los ojos de las personas que se cruzaba, de las imágenes que tanto habían discurrido por su mente, de los amigos que se encontraba y no se daban cuenta del reencuentro. Pensó en visitar a algún hijo, nieto, a su esposa o a grandes amigos, pero antes debía volver a su morada, donde esperaba encontrar lo que dejó, su huerto, con sus perros, con su vida.

Su curiosidad no le dejó tranquilo, además la duda quedaría y su descanso no llegaría alcanzar, así que se dispuso a recorrer las calles que muchos años atrás recorriera a diario en su carro con su mula, cuando la felicidad brotaba de las carcajadas de sus nietos, de los vecinos que alzaban la mano viéndolo pasear con ellos, de todas las personas que le rodeaban y rodearon. Así llegó a la que fuera su casa, la cual, vacía le recibió entre silencios. Se sentó en el sillón, y contemplando la oscuridad de esa soledad, escuchó la puerta de entrada, alguien venía, alguien guiaba sus pasos hasta donde él se situaba.

Entonces fue cuando lo vio. Estaba igual, y con esa visión vinieron otras, a cada cual más agradable, además notó como sus miradas se encontraron al son del tic tac del reloj de pulsera que fuera suyo. Se sintieron mutuamente, y los ojos vidriosos llenaron de luz la apacible estancia de la casa, una luz que no llevaba a otro sitio que a su destino, destino en el que ya había estado durante todo el camino que hubo recorrido los últimos años, pero que no había sabido ver, estaba ahí su fin, en el tic tac del reloj, en la mirada de sus seres queridos, en la memoria, en el dolor que dejó, en las alegrías que causaba su recuerdo, en el fondo, en lo más hondo de sus corazones, donde al igual que él, ellos también perduran y perdurarían por siempre.
Estuvo siempre, y allí quería estar eternamente.

Tras el grato descubrimiento, vio al destino más cerca que nunca, en su memoria, la que fuera su enemiga, no era nada más que su propio descanso, donde perduran todos y cada uno de sus seres queridos, aquellos que dejó atrás y aquellos que le dejaron a él, la memoria, refugio mágico donde comienza ahora su nueva vida, donde lleva viviendo tanto tiempo sin darse cuenta, el nuevo hogar donde convive con la soledad de su memoria.

El tic tac del reloj de pulsera dejó paso al silencio, y con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa marcada en su cara, se dio cuenta que el reloj se había parado, se lo quitó, lo miró, respiró hondo y se fue con el reloj en su muñeca y con la sonrisa abrazada a sus recuerdos.


miércoles, 31 de octubre de 2018

En tierra extraña

Olía mucho a cera ardiendo. Se quitó la boina, y empezó a rascarse la cabeza. Estaba aturdido, como borracho, no recordaba como había llegado allí. Se dirigió hacia la puerta, abrió, y se dio de bruces con un majestuoso mosaico de velas que alumbraban la cerrada noche que lo acompañaba. Vio como algunas hojas caídas se movían por entre las tumbas empujadas por una fina brisa, que no llegaba a hacerle despertar de su impertérrito rostro congelado. Estaba en un cementerio. Cuando pudo reaccionar, se acercó a una lápida de piedra cercana, y leyó “Juana Rodriguez Antón, fallecida el 22 de junio de 1987 en Mérida, Mexico”
Allí era donde había ido a vivir su hija, años atrás, y donde no pudo ir nunca a visitarla, la echaba de menos, no la había visto desde entonces. No entendía nada, no recordaba nada de lo que le habría echo llegar a este lugar. En ese momento vio como una menuda mujer estaba mirándolo fijamente, y se dirigió a él sin tan siquiera preguntarle:
-Alguien te echa de menos a ti también. Ves a aquella cripta, de la que has salido y lo entenderás.
Mudo, perplejo y sin saber que hacer, se dispuso a desandar el camino antes forjado. Entró en esa pequeña cripta de la que salió anteriormente. El olor a incienso y el calor de las velas le daba una paz al lugar que le recordaba a la iglesia de su pueblo. Se dirigió hacia un pequeño altar multicolor que estaba al fondo. En él se encontraba más gente a la que no había visto antes. Se acercó y se dio cuenta de que estaba repleto de platos, dulces, flores y fotos. Todos, sonrientes, comían y charlaban. La señora que vió dentro le miró y le señaló un marco hacia un extremo. Ahí estaba él, ahí estaba su foto. Su hija también quería verlo de nuevo. Con una lágrima corriéndole por la mejilla tomó un Miguelito y se limitó a saborearlo en silencio. Era su dulce favorito.

jueves, 24 de mayo de 2012

DAME LA MANO

DAME LA MANO



En este momento lograba oler otra vez la juventud.

Mientras se vestía, recogía sus cosas y se guardaba el dinero en el monedero,  Pepe no dejaba de mirarlo. Le saboreaba con la vista, viéndolo de espaldas, escuchando el silencio de la habitación en ese momento. Eran efímeros aquellos encuentros, lo sabía, y quería arañar cada segundo pagado,  con los cinco sentidos.

Con un seco adiós se despidió, y Pepe, volvió a sentir la compañía de su corto futuro en soledad.

Se asomó por la ventana, por la calle no pasaba nadie, la noche fría del invierno invitaba a meterse de nuevo en la cama, esta vez para dormir y dejar pasar el tiempo.

No podía creer lo que veía en ese momento, estaba allí, en la esquina, mirándole.

El frío se apoderó de sus huesos, de su mente, de su mirada. Respiró profundamente, cerró los ojos un instante, y se limitó a cerrar la ventana.

Se tumbó en la cama, se arropó con la manta, y echando la cabeza a un lado obligó a sus párpados a cubrir sus ojos, evitando en la medida de lo posible que escapara cualquier indició de lágrima. Aunque intentaría dormir, sabía que iba a ser complicado, pues se le hacía muy difícil pegar ojo, cuando sabía que no iba a soñar, pues su sueño, no estaba allí con él, ahora vivía en el aire que recorría las calles invernales de su hogar, las que un día fueron testigo de sus manos amarradas.

La mañana llegó, como había llegado día tras día, mes tras mes, año tras año, desde su despedida. Esa mañana, fría, silenciosa, que entraba por cada poro de su piel congelando sus lágrimas secas, le  levantó de la cama con las pocas fuerzas que le quedaban. Le invitó a pasear por las gélidas calles del barrio, pasear, observar, oler, saborear el presente de ese asfalto que aún estaba cubierto de los sueños que soñaron juntos.

Paso a paso se dirigió a la esquina de enfrente de su ventana, donde le pareció verlo de nuevo aquella noche, y allí sintió cómo una caricia le calentaba la espalda, cómo un aliento le recorría su piel fulminantemente erizada. Y le vino a la mente, la primera vez que se vio reflejado en sus ojos. Eran otros tiempos, tiempos de miedos, de nervios, de locuras, de juventud.

Ninguno de los dos daba crédito, en ningún momento de lo que les estaba sucediendo, los dos supieron verse reflejados en el interior de ambas miradas, los dos se encontraron mirando un solo camino, lleno de peligros, repleto de emociones, cargado de sentimientos.

A cada paso que iba dando, se le presentaban fotogramas de momentos inolvidables de entonces, pero esas ilusiones se veían nubladas por las dificultades encontradas en aquel sendero aparentemente tierno. Recuerda cómo el miedo hizo que su mirada gemela escogiera otro camino un día del pasado, recuerda cómo brotaron de sus ojos aquellas primeras lágrimas que hablaban de amor, que silenciaron una despedida.

Con aquellos recuerdos, y acompañado de su nostalgia, recorría lentamente, fijándose más que nunca en cada paso que daba por la calle de su rencuentro, la calle Pelayo.

Tras su particular éxodo, Pepe inmortalizaba en su memoria, ahora,  por esas calles, que  supo vivir cada momento del cambio de su país, de las personas.  Supo ver de cerca la libertad, palparla con cada centímetro de su piel. Vivió un sueño carnal, lleno de esperanzas, y nunca perdió la ilusión de que algún día, él, Juan, el que devoró con ansias toda su capacidad de amar, viera, viviera, disfrutara a su lado de aquellos cambios, de aquel viraje repentino de la vida, que les dejaría perpetuar los abrazos empapados que anhelaron en algún momento de sus ilusiones y sus miedos pasados.

Y así fue. Parado, con la gélida brisa acariciando sus arrugas, retrocedió una treintena de años para volver a ver como bajaba por la calle, como se acercaba a él, como le abrazó, sin más testigo que el silencio al que ambos se sujetaron, para no acabar en el suelo entre sollozos.

Mientras una sonrisa se dibujaba en su cansado rostro, revivió las mariposas de aquel momento, ahora sentía los mismos nervios que entonces, volvía a sentirse lleno de felicidad mientras se dejaba arropar con el aire helado de la mañana. Esa sonrisa eternamente vendría a recordarle, que el encuentro de aquellos caminos que un día no supieron ir juntos, al final tenía el destino deseado, en el cual forjaron ellos mismos, de corazón, su propia alianza eterna, olvidándose de los años que les separaron, olvidándose de la cobardía que le dejó huir en solitario a la gran ciudad. Ambos, en aquel momento, eran solo uno.

Ahora, sentado en la plaza del Rey, de su mente no se podía ir la imagen de sus manos juntas paseando por Libertad, viviendo deprisa, recorriendo Hortaleza, La Gravina, San Marcos. Eran otros tiempos, tiempos de locuras, de excesos, de libertades incontroladas. Vivieron mucho juntos, uno para el otro y el otro para el uno, recorriendo cada rincón de aquella ciudad que les daba la bienvenida sin preguntas.

La añoranza nublaba su reminiscencia, y la lágrima que le recorría por la mejilla, evocaba los deseos de marchar tras la búsqueda de Juan. Ahora se daba cuenta de la inconsciencia de tanta vida en tan poco tiempo. Todo hubiera dado por un poco de raciocinio entonces, todo lo daría ahora por borrar los recuerdos de los últimos años juntos.

No quería recordar, pero en su mente se agolpaban aquellas pesadillas. No quería revivir aquellos abrazos de tantas pieles juntas, tantos empapados momentos de locura desenfrenada, tantos embriagados instantes de una muerte, que se unía a aquellos abrazos, amarrados al amor externo de la frágil alianza que no había forma de forjar completa.

No entendía, con el paso de los años, en qué momento cambiaron la libertad, el amor, la justicia, la vida, por un billete en un tren repleto de ignorancia que no pararía en cada estación que les deparaba la vida.

Pepe no dejó de sujetar la mano de Juan en el trayecto de la corta vida que les dejó soñar juntos. Fue corto el camino que alcanzaron a caminar, plasmando en él,  un pie tras otro, dejando las cuatro huellas atrás. Maldecía el momento en el que se dejaron de ver sus dos pisadas.

Se limitaba a caminar, sin mirar atrás, entre la gente que empezaba a aglomerar la calle por la que se abría paso, sin soltar ni una sola lágrima. Ese adiós se quedó seco en su momento. Aquella tristeza fue, junto a la soledad generada, su compañera de viaje. Aún sigue viéndola a su lado, y conversa con ella, sin soltar una lágrima, en silencio.

A partir de aquel día, del último adiós de Juan, dejó de querer recordar, se limitó a deambular por la vida muerta a la que había vendido su alma. Sentimiento de culpabilidad, tristeza, añoranza y soledad, definían sus dos últimas décadas. Tan solo sabía, que olvidaba cada segundo, al segundo siguiente.

No logró alcanzar otra mano a la que amarrar. Se abrigó con pieles que le despejaron del frío de la soledad durante fugaces momentos, quiso encontrar en otros labios palabras mudas a las que acariciar con las suyas, pero no encontró la mirada que le acompañara, se limitó a sentir instantes de un fuego frío que acelerara la larga espera de su rencuentro, que como ya experimentó en el pasado, sería cimentado por un abrazo silencioso, donde tan solo existiera una sola persona, él y Juan.

Tubo que buscar un banco donde sentarse, muchos recuerdos  habían ido construyendo aquella mañana tras su visión. El cansancio estaba apoderándose de su mente, de su cuerpo, del frío invernal que coloreaba el aire que difícilmente lograba respirar.

Sentado en aquel banco, inmóvil, escuchaba unas sirenas cada vez sonar más cerca, empezó a notar alboroto alrededor, pero él seguía quieto, notando como un aliento de calor intentaba atravesar su ahora frío y acorazado cuerpo. Continuaba impertérrito, esbozando una sonrisa mientras veía como el joven de la noche anterior se acercaba a él, iba marcando con su paso un milímetro más de alegría en su rostro.

Continuaba el jaleo alrededor, pero él no intentó en ningún momento interesarse. Solo tenía ojos para él, Juan, que venía para encontrarse con él, que venía para abrazarlo, en silencio, esta vez para siempre. Se levantó del banco dejando atrás a todas las personas que le rodeaban en ese instante, y se dirigió a Juan.

Desnudó su mirada, y con las manos cogidas, vio como el tiempo no había esperado, se había ido, fluyó, dejando en él recuerdos, surcos secos que recorrían ahora su rostro, arrugas, que un día se formaron con las sonrisas generadas por aquella mirada.

Juan se le acercó al oído, y volvió a sentir la caricia que le calentaba la espalda. Juan mirándole a los ojos, le enseñó un camino infinito, la ciudad había desaparecido, le tendió la mano, y le susurró las últimas palabras que escucharía de sus labios, que le ofrecían la vida, ahora sin pulso:

-          Silencio Pepe, ¿Ves ese camino sin fin?  Es todo para nosotros. Dame la mano y deja tus huellas atrás, junto a las mías.

lunes, 22 de agosto de 2011

MIRAME A LOS OJOS


Por fín me decido... y es que la tenía guardada como oro en paño, en mi disco duro, en mi cabeza y en mis entrañas... os presento, a los que no la conozcais, a mi pequeño tesoro. Nunca dejamos de sorprendernos a nosotros mismos, para lo bueno, y para lo malo, y no bastará con una sola mirada, deberiamos preguntarnos más a menudo...

MÍRAME A LOS OJOS



Muchos años le costaron, para hallar un camino para conocer a las personas que le rodearon, y es que sin darse cuenta, se fue dedicando a mirar a los ojos, y creía aquello que dicen, que la mirada es la puerta del alma, si es verdad que ésta existe.

Durante años, fue recopilando un montón de historias y sentimientos de la gente que se iba cruzando por la calle, en el metro, en el tren y en el autobús, ya que con mirarles a los ojos, trataba de sentir, lo que en ese momento sentían. Podía ver como llegaban cansados los trabajadores al transporte público, podía sentir la alegría de una niña, cuando hablando con un amigo por teléfono, sus ojos se convertían en luces de feria, además de confundirse con la complejidad de una mirada perdida, desprendida por los ojos azules de una  chica del este que no sabía muy bien dónde iba, o incluso ver como una mirada de un viejo sentado en el autobús se convertía en un tentáculo y poco a poco le iba quitando la ropa. Todas estas emociones e infinitas más se fue dedicando a recopilar, tanto de personas desconocidas, como las de sus propios familiares y amigos, y cada una de ellas le fueron  enseñando algo, la  imaginación que corrompía su cabeza en cada momento le hicieron madurar y le enseñaron a como actuar ante cada una de las situaciones que le mostraban esas miradas, creyendo que sabiendo como actuar ante cada situación,  podría llevar de antemano las respuestas a las distintas pruebas que le fuera poniendo la vida a su paso.

Si algo tenía muy claro, es que las miradas nos muestran en cada momento el estado de ánimo de la persona, o incluso, cómo es la persona, y es que cada lágrima que derraman nuestros ojos, se va llevando poco a poco la tristeza o la alegría del momento.

Tras creerse una especie de Dios que pensaba que sabría actuar ante cada una de las miradas que le rodearan, cuando ya creía que cada mirada encerraba algo, paseando por el otoño del parque, vio como unos ojos se acercaban a los suyos, mostrándole el infinito, mostrándole una realidad perturbadora, la realidad de la persona que todo el mundo ha deseado cruzarse alguna vez en la vida, llenando de ilusión y alegría a cada paso que iba dando, donde las pupilas cada vez estaban más cercanas dejando sin aire a sus asfixiados pulmones, y cuando la inalcanzable cercanía de aquellos ojos se convirtió en trayecto recto pudo ver el océano de la bondad, el mar de la amistad y por qué no, el lago de un amor que en ese momento, sin comerlo ni beberlo brotó, dejándola estupefacta, sin saber como reaccionar, ¡a ella!, que creía que ya había visto la tierra a la vista, a ella  se le quedó el alma muda.

Como era de prever se cruzaron aquellas pupilas durante muchos días después, aportando cada una a la otra lo que en cada momento sentía, y cada vez con más ganas los ojos  se buscaban, los ojos que en ese momento no dejaban de mirarse, habían tenido un flechazo incorregible y durante ese tiempo vio como sus sueños nadaban en el atisbo añil que inundaba su locura.

La locura que estaban experimentando sus sentidos ojos en ese momento, que no daban crédito a lo que les estaba pasando, no les dejaba ver la realidad de lo que iba pasando, y es que el lago donde nadaban los dos pares se iba secando cada vez más, hasta que el otoño del parque donde se encontraron por primera vez se quedó perenne y no pudo ser roto nunca más por el índigo olor de la brisa de esos ojos, que se desvanecieron llevándose consigo en forma de lágrimas cada una de las gotas del lago que formaron, vaciándose una a una en el mar, un mar inmenso donde el horizonte se hacía eterno y donde sin la ilusión formada, pudo ver como se hundía más y más cada vez, y es que esa ilusión se convirtió en tristeza, que fue derramada por cada lágrima que recorría su rostro, viendo como los sentimientos de su mirada  se iban perdiendo y aumentando aún así más el mar en el que ella misma se ahogaba.

En ese momento dejo de ver el cielo de la ilusión con los ojos que un día se enamoraron y un día juraron no volver a mirar nunca más, y desde entonces, solo sienten la fría pupila azul que desapareció, solo logran ver la lágrima que es capaz de abrazarles, y es esa lágrima la que inevitablemente mantiene vivos los ojos e insta a éstos a buscar el océano donde confluyan la bondad, la amistad y el amor que un día perdieron y que aún sigue viendo cada vez que se mira en el espejo.

Ella comenzó a llorar, y mirándose en el espejo, entre sollozos y lágrimas, se dio cuenta que había visto muchos ojos, había imaginado muchas historias y había llegado a conocer mucha gente, pero nunca se había fijado en sus ojos, y mientras las gotas del dolor acariciaban sus mejillas, ella, le dijo al espejo:



- Mírame a los ojos, que quiero conocerte.


sábado, 20 de agosto de 2011

Ver mi LUZ

 

Es como el agua de un río,

 Cuando rompe el auge de un silencio,

Creado por la multitud de un bosque,

Que adyacente cohibe su andanza.

Como si un cristal, lleno de semejanza,

Creando a su alrededor una tormentosa claridad,

Es frágilmente volatilizado

Por una corta mirada hacia delante.



Y cuando lo esperado vea su luz

No dejara de romper su silencio,

Se dejara llevar hacia delante, con su  mirada.



Es como un susurro inesperado,

Que aun siendo deseado, roza el oído,

Aterciopelando una piel arañada,

Que tercia su función, dispuesta a ser acariciada.

Como un fuego que inunda

La inocente oleada azul del bien

Que brinda con su presencia, la cálida duda eterna,

Dejando caer dónde esta el mal.



Y cuando lo deseado vea su luz

Dejará a su piel ser la acariciada,

Dejara su paso a un supuesto mal.



Y cuando lo deseado vea su luz

Morirá tras él la llanura de lo inmenso

Dejando correr a voces su desconcierto,

Creando una suave brisa de libertad

Rompiendo la barrera, de la no verdad.

MIRANDO NUESTRO CIELO


Le gustaba mucho ir a pescar a su casa, como él decía. Quién le iba a decir a él, cincuenta años atrás, que allí iba a pescar las carpas más grandes que nunca hubiera visto. Le encantaba acudir todos los fines de semana de primavera, cuando el tiempo le dejaba, y cuando su mujer no le hacía ir a visitar a su hija, o hacer alguna chapuza en la casa. Él se volvía loco por sentir  el olor de los tomillos, del romero, al tiempo que se relajaba tomándose unas patatas fritas con una cerveza a la sombra del nogal que le viera crecer, desde lo que antaño fuera el monte.



Nunca acudía solo, en todo momento escuchaba en silencio los susurros del movimiento de su esposa, que sigilosamente se acercaba a él a cada rato, y cogiéndolo de la mano esperaban, entre un agradable escalofrío, que la caña rompiera el impecable reflejo del sol. Ella sabía que para él, esos momentos eran muy importantes, allí, juntos, soñaban, se dejaban llevar, allí, juntos, mirando su cielo.



Aquella mañána de domingo, se habían despertado muy temprano, Luis llevaba mucho tiempo sin ir al pantano, y estaba impaciente, no había podido pegar ojo,  y emprendieron el camino al amanecer.



El camino era corto, pero era agradable conducir al alba entre viñas y monte, era grato pensar que la mano de Victoria esperaría junto a la suya a que llegará la pesca, en fín, el día se iba forjando entre ilusiones, sueños y recuerdos.



Cuando llegarón no podían creer lo que estaban viendo, qué desilusión, cuanto más se acercaban al pantano más triste y desolado se pintaba el paisaje, la sequía había hecho mella en su paraje de relajación. Ya desde lejos, se podía divisar el suelo cuarteado y seco donde meses atrás solo se veía el reflejo del sol nadando entre carrizos y algunas anátidas. Entre ese suelo cuarteado, también se veían estructuras de piedras, antiguas casas totalmente degradadas, que hicieron generar una mezcla de tristeza y añoranza en la mente de Luís.



Aparcaron el coche bajo el nogal, y luis se dirigió inmediatamente, saltando entre aulagas, tomillos y coscojas hacia el fondo del pantano. Victoria le siguió con algo más de dificultad, el vestido y los zapatos no eran todo lo adecuado para saltar como cual cabra entre tanta vegetación seca y espinosa. Cuando se vieron los dos abajo, a Luís le pareció poder llenar el pantano con cada lágrima que se desprendía de sus ojos, los recuerdos se apoderaron de su mente, y solo lograba acordarse de sus años de juventud. Todo ese amasijo de piedras fue formando el pueblo que antaño se asentó en el lecho de aquel pantano, y con él, la casa de sus padres, su casa.



Le pareció escuchar aún a su madre cuando le llamaba para comer, veía en su imaginación a su abuelo venir del campo con la mula, le pareció ver tantas cosas, que creyó tener diez años, pero echando la mirada atrás, se encontró solo, con Victoria, y se abrazó a ella.



Ella entendía lo que le estaba pasando a su marido, aunque él no lo supiera, y se limitó a acompañarle en aquel abrazo, hasta que Luis despertó del letargo de aquella entrañable fusión, y cogiéndo de la mano a Victoria, le hizo pasear entre bloques de piedra, y por medio de calles soñadas, al tiempo que le contaba quién vivía en cada una de las casas que dibujaba con la mirada, dónde encerraba su abuelo a “Rosario”, la mula, y mil aventuras más de su infancia.

La tarde se les fue echando encima, y Luís quería aprovechar aquel día al máximo, que aunque no se le tornó como imaginaba antes de llegar lo disfrutó, como si el niño que llevaba dentro resurgiera, resucitara, y entoncés se dirigió a lo que fue la plaza del pueblo, e hizo sentarse a Victoria en una gran piedra que allí había, y viéndola allí sentada, tan tranquila, acompañada tan solo de su silencio, recordó una historia que nunca contó a su esposa.



Cuando Luis contaba con doce años de edad, conoció en el pueblo a una niña, un poco mas joven que él, ésta venía de la ciudad, era la nieta de la Joaquina. Recordaba como aquella niña con pinta de princesita se le acercó, se sentó junto a él, y no paró de mirarlo.



Estaban sentado en la piedra en la que ahora estaba Victoria, y cada vez que sus miradas quedaban mirándose, la tripa se le tornaba a orquesta. Ahora recuerda aquella sensación, que tan solo fue superada los primeros años de noviazgo con Victoria, su esposa.



Aquella niña tenía el pelo largo y liso, y llevaba un vestidito pálido y fino, acorde con la temperatura de aquel verano tan caluroso, la sonrisa infantil que ambos se intercambiaron, les hizo compartir un  mismo sentimiento, al menos él lo creyó así, Luis sonreía diciéndole a su esposa que probablemente aquel fuera su primer amor.



Los dos niños se pasaron la tarde allí sentados, viendo pasar a todos los vecinos del pueblo, a los segadores, oyendo el paso de las ovejas, admirando el manejo de la mula por parte del abuelo de Luis, mirándose a los ojos y mirando el cielo.



A pesar del tiempo que se tiraron allí sentados sin decir nada, al niño se le hizo muy corta la tarde, contaba ahora lo mal que lo pasó cuando la niña se despidió de él, y cuando la niña le dijo que estarían siempre juntos, en aquella piedra, en el rincón de ambos mirando su cielo.



Al tiempo que Luis contaba esta historia, sonriendo, Victoria acompañaba con una sonrisa a cada palabra que desprendía la voz de su marido, escoltada por unos ojos humedecidos que querían hablar, pero no querían interrumpir la historia, su historia.



Victoria también recordaba aquella tarde, aquel calor, Victoria era aquella niña que nunca paró de mirar su cielo, que nunca paró de mirarlo,  el primero y el único amor de su marido, acabó derrumbándose ante su marido, y su marido comprendió lo que le pasaba, los dos se fundieron en un tierno abrazo, y ambos comprendieron lo que significaron, y significan, el uno para el otro.



Luis le dijo:

-          Éste era nuestro rincón Victoria.



Y Victoria, quitándose las lágrimas de los ojos, recordando el malestar que le produjo aquella tarde separarse de aquel niño, lo mucho que lo recordó hasta que lo volviera a conocer diez años después, le contestó:

- Luis, no te equivoques, nuestro rincón está donde estemos nosotros, mirando nuestro cielo.


NO LLUEVAS MÁS



El sol aún continúa escondido tras los telones de la vida diaria, y en la cama cada segundo se hace una eternidad, cada movimiento dentro de la misma es como acariciar nuevos y recónditos espacios congelados. El frío del exterior no incita a salir del lecho que años hace ya, fuera el espacio escogido para sufragar las necesarias fusiones conyugales. Ahora está vacío, como el día. El levantarse a esas horas, trae consigo la agonía de las horas restantes, hasta que la oscuridad vuelva a hacerse dueña de las arrugas que marcan sus sueños.
La magdalena del martes ya parece un poco dura, pero logra hacerla pasar por su garganta tras remojarla en el vaso de leche caliente, que a cada sorbo parece echar a un lado al ambiente frío, seco, solitario y agobiantemente silencioso. No hace dos minutos todavía que se agotó el sustento matinal, y ya comienza a esparcirse de nuevo la manta que arropa los recuerdos del ayer, que revelan secretos hoy descubiertos, secretos a la vista durante tantos años, y tras los mismos, echados en falta. No lograba quitarse de la cabeza la añoranza de la mano femenina que un día, durante más de cuarenta años, habitaba la casa silenciosa.
Los muebles acumulaban cartas del banco, una encima de otra, y entre medias, algún folleto del supermercado, y, tanto unos como otros, se dedicaban a recordarle que faltaban unos días para volver a disponer de la paga mensual, le venía a la mente el frigorífico, pero no se disponía a dejar que esas cartas le amargaran el día que se le venía encima, ya de por sí tan… introvertido.
La luz ya se reflejaba poco a poco en las calles mojadas por la lluvia de la noche pasada, lluvia que se forjó en sus ojos, como cada tarde, pero que aquella noche quiso acoger en su regazo el cielo. Lo mejor sería coger el abrigo y salir a la calle, conversar con sus vecinos y pasar la mañana en compañía de tantos como él, entre naipes, recuerdos y sollozos, vivencias de tiempos pasados, y anhelos por un futuro corto.
A la hora de la comida, ya en casa, en la mesa de la cocina, se acordó de sus dos nietos, se los podía imaginar como, años atrás, cuando aún no subían dos palmos del suelo, le hacían reír con sus trastadas. Ahora recordaba aquellos tiempos, con la mesa puesta y comiendo todos juntos, con su hija, y logró sonsacarse una sonrisa cuando se le vino en mente que faltaban unos días para Navidad, quizás ese año, pudiera venir a pasar la noche al pueblo, los últimos tres años no había podido, la vida en la ciudad estaba difícil y su trabajo le exigía un tiempo valioso, él sabía que ese año no le diría que no podría ir, ya que le iba bastante bien a su yerno y su hija había dejado el trabajo para ocuparse de la casa, por fin iba a ver a los dos mocosos, que ya, seguramente abultarían el doble que él.
Miraba la foto a cada segundo. Le gustaría que estuviera allí, en ese momento, y en el momento de la cena de nochebuena, cocinaba de una manera magistral y única el cordero asado. La echaba en falta, echaba de menos la compañía, la vida en la casa, cuando no era silenciosa. Siempre le estaba renegando, siempre tenía algún motivo por el que despertar un enfado, por pequeño que fuera, pero eso le hacía estar vivo, le recordaba lo importante que era, y, que había siempre alguien a su lado, que la cama no era un nicho en vida, que los muebles eran de color nogal, que en la casa no reinaba el olor de humedad… le recordaba a ella, le recordaba a él, al que era y al que ya no dejó ser, o quizás no pudo tras la marcha de todo su sentido de vida, su hija al olvido y su mujer a su descanso.
Se arrepentía se ser como fue, pero lo añoraba porque era, ahora solo era dueño de los reproches de su hija, pero él esperaba que el olvido en torno a él, se rotara al olvido al pasado, su hija lo haría por él.
En la habitación de la abuela había dos estufas que tendría que sacar para ponerlas en el salón, hacía mucho frío allí, y su yerno no aguantaba muy bien el frío seco del pueblo, aún recordaba que la última navidad, la última que estuvieron todos, juntos, se fue con una pulmonía de mil demonios. No quería que Antonio se sintiera mal en la casa, no fuera a ser que no quisiera volver.
Mientras apartaba el sofá viejo, para sacar las estufas, sonó el teléfono, eran las cinco de la tarde, dos horas más tarde y lo hubiera despertado. No estaba acostumbrado a que le llamaran por teléfono, quizás se hubieran equivocado.
Era su hija, le deseaba una feliz Navidad, se iban a pasar las vacaciones a las Canarias, él se alegró por sus nietos, seguro que disfrutarían en la playa esos días, colgó el teléfono al tiempo que el murmullo de la casa le arropaba, al tiempo que los recuerdos le iban marcando cada uno de sus lamentos, hasta que se sintió descubierto ante el frío, ante la soledad y ante el silencio de su anhelo, esa tarde ya no llovió en sus ojos.

POPURRI CON 11 AÑOS

y buscando, y releyendo un montón de papelotes que tenía guardados, me he encontrado con un manuscrito mecanografiado (con mi olivetti, no con el ordenador) en el que tengo todas las poesías que escribi cuando cursaba 5º de EGB, con Doña Pili, la del estanco.
En este año escribí mi primera poesía, y desde entonces, mejor o peor, más alegres o más tristes, con más o con menos ganas, no he dejado de escribir, he aquí la primera poesía que escribi en mi vida:

AZUL EL MAR
Azul el mar
y verde mi cantar,
pues al ver el mar
nadie lo puede encantar.
Yo quiero cantar
una canción del azul mar,
para que los niños
la puedan cantar.
Los niños se bañan
en el azul mar
y todavia,
nadie lo puede encantar.
También me he encontrado con otros poemas que vamos, ahora adquieren un significado que no tenía entonces...
EL NIÑO VOLADOR
Quisiera tener alas
como las mariposas
y volando desde arriba
ver muchas cosas.
Por más que lo pensaba
ese hecho no ocurría,
su madre no le hacia caso,
pero mucho lo quería.
Pero un hada vino
y un deseo le dio
y ser volador
fue lo que pidio.
Cuando su madre viera
esas alas tan blancas,
y con esos ojos
que parecían de plata.
Cuando su madre le vió
mucho le alegró
el todo le contó
y ella le creyó.
Pues nunca se vió cosa tan hermosa
la alegría de su madre
pues al ver a su hijo
volar como las aves.
Al ver a sus compañeros
no se lo podían imaginar
su mejor amigo
podia volar.
Siempre voló
por muchos lugares
a gente conoció
y a muchos animales.
y aquí una que me estaba prediciendo mi futuro laboral, yo ya sabía con 11 años que quería ser ambientologo...
EL AGUA Y LA MOTA
Hace muchos dias
que aquí no llueve
y aquí en la Mota
mucho se bebe.
Poca agua queda
y ahora bebemos vino
los chicotes gaseosa
y sake el chino.
Con el agua que queda
mucho regamos,
y los chicotes
poco nos lavamos.
Mis amigos y yo
vamos a intentar
que el agua no se acabe
y vuelva a refrescar.
Necesitamos agua
y la sequia llega
pero el agricultor,
todavia riega.
Si seguimos así
sin agua nos quedamos,
pero si hace calor
aún nos refrescamos.
Esperemos que ayudeis
a que sequia no haya,
si todos colaboramos,
nuestra suerte no se acaba.
bueno ya me he paseado hoy un rato por el año 93, y ahora estoy impregnado por el olor del papel viejo que desprende esta cajita.... mañana volveré a abrirla a ver que sorpresas me depara...

LA CULPA ES DEL VIENTO

...mientras busco, encuentro o vuelvo a pasar a digital algunos de los relatos, historias y pensamientos que recuerdo que un dia escribí, expongo un momento rayante que tomo forma en una sucesión de palabras, preguntas y respuestas...





LA CULPA ES DEL VIENTO

¿Recuerdas cómo rozaba con mi mirada tu cuerpo?, ¿Recuerdas, cómo entre la niebla, yo podía ver tus sueños? Yo aún recuerdo tu mirada, aún puedo recordar las lágrimas que dejaste que salieran de mi triste sonrisa.

Eran otros tiempos, era nuestra propia utopía, nuestra propia anarquía de sentimientos sin sentido donde buscábamos palabras que nos llevaran lejos de nuestra realidad, donde no viéramos otras cosas que el deseo del uno hacia su propia oscuridad, y el deseo de la otra hacia su propia fantasía.

El tiempo todo lo cura, el tiempo todo lo cambia, o quizás, con el tiempo todo se encuentra, si se busca, y, aunque algunos aun estamos esperando a buscar, es posible que hayamos encontrado lo más importante, no te encontré a ti, encontre al viento que me llebaba de una mirada vacía, al vacío de mi mirada. No te encontré a ti, quizás encontrara un camino espeso, cubierto de milhojas de merengue envenenado, por el cual, el tránsito, aunque mortal, fuera más dulce que la hiel que en su momento me ofreciste.
No lo busqué, él me encontró a mi, el viento encontró mi escondite, me descubrió en su momento más amargo, me envolvío entre susurros y abrazos, me acarició el oído con palabras amargas, que no hicieros mas que enterrarme vivo, cual semilla que espera brotar en cualquier momento, y, cuyo fin, más idealista que realista, fuera el de lograr actuar de lecho para el hambre del arco iris volador que me uniera, por siempre, con otra semilla encerrada en su silencio.

Tu no me encontraste, ni tan siquiera sé si me buscaste, pero mejor así, la brisa que ahora borda mis pupilas húmedas y cautivas, con el tiempo que todo lo cambia, logrará tornarse a gris tormenta de pasiones, pasiones soñadas, fuera del camino que nunca me ofreciste a tiempo.

Despertaré cuando te vayas, despertaré entre tus silencios y mis susurros, tejiendo con los sueños dejados atrás, abismos de una mirada, formando con los recuerdos, hogueras de una nueva agonía. Despertaré abrazado a la cama que me ofrece el viento, bajo los rayos de la luna, donde la oscuridad un día me escondió, donde mi voz un día sonó a eterno requiem.

¿Recuerdas las promesas prometidas? ¿Recuerdas los sueños nunca contados, donde compartíamos, en letargo, paseos entre los ocres acantilados del futuro? No recuerdas, olvidaste todo lo que te enseñé, perdiste el rumbo que te brindé.

Y yo busqué tu fantasma dentro de mi cama, me resigné a que mi senda me llevaría a abrazar las rejas de la cárcel a la que intentaste encerrarme, pero la llave de la falleba que guardaba mi voz giró, la mano del viento me liberó.

Ahora, libre en mis sueños, ahora, sólo con mi soledad, espero el son del viento. No me busques, que ya me he encontrado, ahora, axfisiado con el humo de mis pulmones no te necesito, no creo necesaria tu presencia, busca y descubre nuevos vientos que te lleven por el camino de la verdad, busca y entenderás las virtudes de los silencios, busca y descubre nuevos susurros, nuevas voces que logren acariciar tus sueños, busca tu oscuridad y espera a que la luz de la luna la bata en duelo.

Tu no me encontrarás, cuando nadie me ve me encuentro yo, cuando tu no me ves, mi mirada cambia de rumbo, mi mirada se hunde en su búsqueda, mi mirada sueña con el mar de las adverdsidades por superar, mi mirada anhela al viento que rompa eternamente las cuerdas que me atan a la supuesta naturaleza natural, que me haga olvidar el perfume del beso que nunca me diste.

Ahora no me beses que ya te beso yo, solo haz como hiciste en su momento, muestrame el sentido de la brisa para que no me busques más, que ya no estoy, ahora no me encontrarás, me fui con el viento de mis entrañas, me fui conmigo mismo, me encontré a mi, y me fui a su búsqueda, ya no estoy para ti, no te eches la culpa, la culpa es del viento.