lunes, 22 de agosto de 2011

MIRAME A LOS OJOS


Por fín me decido... y es que la tenía guardada como oro en paño, en mi disco duro, en mi cabeza y en mis entrañas... os presento, a los que no la conozcais, a mi pequeño tesoro. Nunca dejamos de sorprendernos a nosotros mismos, para lo bueno, y para lo malo, y no bastará con una sola mirada, deberiamos preguntarnos más a menudo...

MÍRAME A LOS OJOS



Muchos años le costaron, para hallar un camino para conocer a las personas que le rodearon, y es que sin darse cuenta, se fue dedicando a mirar a los ojos, y creía aquello que dicen, que la mirada es la puerta del alma, si es verdad que ésta existe.

Durante años, fue recopilando un montón de historias y sentimientos de la gente que se iba cruzando por la calle, en el metro, en el tren y en el autobús, ya que con mirarles a los ojos, trataba de sentir, lo que en ese momento sentían. Podía ver como llegaban cansados los trabajadores al transporte público, podía sentir la alegría de una niña, cuando hablando con un amigo por teléfono, sus ojos se convertían en luces de feria, además de confundirse con la complejidad de una mirada perdida, desprendida por los ojos azules de una  chica del este que no sabía muy bien dónde iba, o incluso ver como una mirada de un viejo sentado en el autobús se convertía en un tentáculo y poco a poco le iba quitando la ropa. Todas estas emociones e infinitas más se fue dedicando a recopilar, tanto de personas desconocidas, como las de sus propios familiares y amigos, y cada una de ellas le fueron  enseñando algo, la  imaginación que corrompía su cabeza en cada momento le hicieron madurar y le enseñaron a como actuar ante cada una de las situaciones que le mostraban esas miradas, creyendo que sabiendo como actuar ante cada situación,  podría llevar de antemano las respuestas a las distintas pruebas que le fuera poniendo la vida a su paso.

Si algo tenía muy claro, es que las miradas nos muestran en cada momento el estado de ánimo de la persona, o incluso, cómo es la persona, y es que cada lágrima que derraman nuestros ojos, se va llevando poco a poco la tristeza o la alegría del momento.

Tras creerse una especie de Dios que pensaba que sabría actuar ante cada una de las miradas que le rodearan, cuando ya creía que cada mirada encerraba algo, paseando por el otoño del parque, vio como unos ojos se acercaban a los suyos, mostrándole el infinito, mostrándole una realidad perturbadora, la realidad de la persona que todo el mundo ha deseado cruzarse alguna vez en la vida, llenando de ilusión y alegría a cada paso que iba dando, donde las pupilas cada vez estaban más cercanas dejando sin aire a sus asfixiados pulmones, y cuando la inalcanzable cercanía de aquellos ojos se convirtió en trayecto recto pudo ver el océano de la bondad, el mar de la amistad y por qué no, el lago de un amor que en ese momento, sin comerlo ni beberlo brotó, dejándola estupefacta, sin saber como reaccionar, ¡a ella!, que creía que ya había visto la tierra a la vista, a ella  se le quedó el alma muda.

Como era de prever se cruzaron aquellas pupilas durante muchos días después, aportando cada una a la otra lo que en cada momento sentía, y cada vez con más ganas los ojos  se buscaban, los ojos que en ese momento no dejaban de mirarse, habían tenido un flechazo incorregible y durante ese tiempo vio como sus sueños nadaban en el atisbo añil que inundaba su locura.

La locura que estaban experimentando sus sentidos ojos en ese momento, que no daban crédito a lo que les estaba pasando, no les dejaba ver la realidad de lo que iba pasando, y es que el lago donde nadaban los dos pares se iba secando cada vez más, hasta que el otoño del parque donde se encontraron por primera vez se quedó perenne y no pudo ser roto nunca más por el índigo olor de la brisa de esos ojos, que se desvanecieron llevándose consigo en forma de lágrimas cada una de las gotas del lago que formaron, vaciándose una a una en el mar, un mar inmenso donde el horizonte se hacía eterno y donde sin la ilusión formada, pudo ver como se hundía más y más cada vez, y es que esa ilusión se convirtió en tristeza, que fue derramada por cada lágrima que recorría su rostro, viendo como los sentimientos de su mirada  se iban perdiendo y aumentando aún así más el mar en el que ella misma se ahogaba.

En ese momento dejo de ver el cielo de la ilusión con los ojos que un día se enamoraron y un día juraron no volver a mirar nunca más, y desde entonces, solo sienten la fría pupila azul que desapareció, solo logran ver la lágrima que es capaz de abrazarles, y es esa lágrima la que inevitablemente mantiene vivos los ojos e insta a éstos a buscar el océano donde confluyan la bondad, la amistad y el amor que un día perdieron y que aún sigue viendo cada vez que se mira en el espejo.

Ella comenzó a llorar, y mirándose en el espejo, entre sollozos y lágrimas, se dio cuenta que había visto muchos ojos, había imaginado muchas historias y había llegado a conocer mucha gente, pero nunca se había fijado en sus ojos, y mientras las gotas del dolor acariciaban sus mejillas, ella, le dijo al espejo:



- Mírame a los ojos, que quiero conocerte.


1 comentario:

  1. Que alegría ver que tienes un blog; siempre mostraste mucho talento en el Averno y ya tenía ganas de volver a leer tu poesía.

    Me ha encantado tu entrada; especialmente como describes las miradas en el transporte público. Como buscamos de forma pasajera descubrir en los ojos de unos desconocidos quienes son.

    Espero con ilusión tus futuras publicaciones ;)

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