miércoles, 31 de octubre de 2018

En tierra extraña

Olía mucho a cera ardiendo. Se quitó la boina, y empezó a rascarse la cabeza. Estaba aturdido, como borracho, no recordaba como había llegado allí. Se dirigió hacia la puerta, abrió, y se dio de bruces con un majestuoso mosaico de velas que alumbraban la cerrada noche que lo acompañaba. Vio como algunas hojas caídas se movían por entre las tumbas empujadas por una fina brisa, que no llegaba a hacerle despertar de su impertérrito rostro congelado. Estaba en un cementerio. Cuando pudo reaccionar, se acercó a una lápida de piedra cercana, y leyó “Juana Rodriguez Antón, fallecida el 22 de junio de 1987 en Mérida, Mexico”
Allí era donde había ido a vivir su hija, años atrás, y donde no pudo ir nunca a visitarla, la echaba de menos, no la había visto desde entonces. No entendía nada, no recordaba nada de lo que le habría echo llegar a este lugar. En ese momento vio como una menuda mujer estaba mirándolo fijamente, y se dirigió a él sin tan siquiera preguntarle:
-Alguien te echa de menos a ti también. Ves a aquella cripta, de la que has salido y lo entenderás.
Mudo, perplejo y sin saber que hacer, se dispuso a desandar el camino antes forjado. Entró en esa pequeña cripta de la que salió anteriormente. El olor a incienso y el calor de las velas le daba una paz al lugar que le recordaba a la iglesia de su pueblo. Se dirigió hacia un pequeño altar multicolor que estaba al fondo. En él se encontraba más gente a la que no había visto antes. Se acercó y se dio cuenta de que estaba repleto de platos, dulces, flores y fotos. Todos, sonrientes, comían y charlaban. La señora que vió dentro le miró y le señaló un marco hacia un extremo. Ahí estaba él, ahí estaba su foto. Su hija también quería verlo de nuevo. Con una lágrima corriéndole por la mejilla tomó un Miguelito y se limitó a saborearlo en silencio. Era su dulce favorito.

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