Allí era donde había ido a vivir su hija, años atrás, y donde no pudo ir nunca a visitarla, la echaba de menos, no la había visto desde entonces. No entendía nada, no recordaba nada de lo que le habría echo llegar a este lugar. En ese momento vio como una menuda mujer estaba mirándolo fijamente, y se dirigió a él sin tan siquiera preguntarle:
-Alguien te echa de menos a ti también. Ves a aquella cripta, de la que has salido y lo entenderás.
Mudo, perplejo y sin saber que hacer, se dispuso a desandar el camino antes forjado. Entró en esa pequeña cripta de la que salió anteriormente. El olor a incienso y el calor de las velas le daba una paz al lugar que le recordaba a la iglesia de su pueblo. Se dirigió hacia un pequeño altar multicolor que estaba al fondo. En él se encontraba más gente a la que no había visto antes. Se acercó y se dio cuenta de que estaba repleto de platos, dulces, flores y fotos. Todos, sonrientes, comían y charlaban. La señora que vió dentro le miró y le señaló un marco hacia un extremo. Ahí estaba él, ahí estaba su foto. Su hija también quería verlo de nuevo. Con una lágrima corriéndole por la mejilla tomó un Miguelito y se limitó a saborearlo en silencio. Era su dulce favorito.