Vivía entre cipreses
Vivía entre cipreses, y en la memoria, había surcado un largo camino que le llevó durante años al punto de partida, no alcanzaba la meta de su destino y estaba cansado de buscar un final que no anhelaba.
Despojado de todas sus pertenencias, tan solo llevaba consigo a sus recuerdos, su vida, pero necesitaba el descanso, y aún no concebía la idea, que tras tantos trayectos marcados, tras tantos días a sus espaldas, luchando por entrar en el fin, aún se mantuviera en el mismo lugar.
Le daban escalofríos las sensaciones que allí vivía, los sentimientos marcados que le venían a la memoria. No sufría, pero se veía impotente, no podría mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en aquellas circunstancias, era un verdadero calvario vivir, o mejor dicho, morir así. No encontraba el haz que le marcara su colofón, no sabía donde estaba ni sabia donde ir.
La memoria era su compañera, los recuerdos sus pasos, sus lágrimas, su único consuelo.
Recordar, recordar, y codiciar esos recuerdos, no encontraba otro deseo en su mente que seguir recordando, a pesar del dolor. Los recuerdos compañeros vitalicios.
Encontraba mil y una aventuras en su mente, pero sobretodo, aspiraba a recordar por siempre, cada uno de los pasos dados, de ida y de vuelta, a su cobijo. Recorría todos y cada uno de los días que pudo, hasta el final, los pocos cientos de metros que separaban su casa, de su cobijo, su escondrijo, su lugar favorito, donde hacía exactamente lo que hace desde hace años, dar vida a sus recuerdos.
Ese sitio era mágico, en él se habían reunido todos y cada uno de los personajes protagonistas del teatro que fue su vida, el amor, el cariño, las carcajadas y los llantos de los suyos, de los compañeros que en aquel momento le hicieron la persona más feliz del mundo.
Él no hacía otra cosa que echar la vista atrás, con alegrías, penas y alegrías. Sabía que pronto se reuniría con otros seres, otros personajes que desaparecieron de ese teatro cuyo segundo acto comenzaba ahora, y donde tomarían parte como nuevos protagonistas, otros cariños y otras sonrisas, como las de tres retoños que se fueron sin avisar muchos años atrás, su madre, su padre, hermanos, y otras personas que estuvieron con él durante años, hasta ahora, o eso pensaba él, que ahora estaría con ellos, pero los planes no habían salido con pensaba, llevaba años vagando por la oscuridad y aún no los había encontrado. Pero dejaba atrás a otras muchas personas, y le dolía, le amargaba profundamente el tener que esperarles durante mucho tiempo pero sobre todo le angustiaba la idea, que los recuerdos que en él perduraban, desaparecieran de las vidas de sus seres, de su familia, que esos buenos momentos se los llevara él al olvido.
No podía descansar, y eran años los que llevaba esta angustia por dentro, porque, ¿Se acordarían de él, con la misma dulzura como él lo hacía de ellos?
Quizás el descanso vendría dado cuando sus dudas desaparecieran.
No había otra solución, volvería a su hogar a sus gentes, recorrería el camino recorrido años atrás, dejando atrás los cipreses entre los cuales había pasado sus últimos años, dejando atrás la humedad del silencio.
Volvió a ver de nuevo un camino vivo, paso tras paso disfrutaba del anonimato frente a los ojos de las personas que se cruzaba, de las imágenes que tanto habían discurrido por su mente, de los amigos que se encontraba y no se daban cuenta del reencuentro. Pensó en visitar a algún hijo, nieto, a su esposa o a grandes amigos, pero antes debía volver a su morada, donde esperaba encontrar lo que dejó, su huerto, con sus perros, con su vida.
Su curiosidad no le dejó tranquilo, además la duda quedaría y su descanso no llegaría alcanzar, así que se dispuso a recorrer las calles que muchos años atrás recorriera a diario en su carro con su mula, cuando la felicidad brotaba de las carcajadas de sus nietos, de los vecinos que alzaban la mano viéndolo pasear con ellos, de todas las personas que le rodeaban y rodearon. Así llegó a la que fuera su casa, la cual, vacía le recibió entre silencios. Se sentó en el sillón, y contemplando la oscuridad de esa soledad, escuchó la puerta de entrada, alguien venía, alguien guiaba sus pasos hasta donde él se situaba.
Entonces fue cuando lo vio. Estaba igual, y con esa visión vinieron otras, a cada cual más agradable, además notó como sus miradas se encontraron al son del tic tac del reloj de pulsera que fuera suyo. Se sintieron mutuamente, y los ojos vidriosos llenaron de luz la apacible estancia de la casa, una luz que no llevaba a otro sitio que a su destino, destino en el que ya había estado durante todo el camino que hubo recorrido los últimos años, pero que no había sabido ver, estaba ahí su fin, en el tic tac del reloj, en la mirada de sus seres queridos, en la memoria, en el dolor que dejó, en las alegrías que causaba su recuerdo, en el fondo, en lo más hondo de sus corazones, donde al igual que él, ellos también perduran y perdurarían por siempre.
Estuvo siempre, y allí quería estar eternamente.
Tras el grato descubrimiento, vio al destino más cerca que nunca, en su memoria, la que fuera su enemiga, no era nada más que su propio descanso, donde perduran todos y cada uno de sus seres queridos, aquellos que dejó atrás y aquellos que le dejaron a él, la memoria, refugio mágico donde comienza ahora su nueva vida, donde lleva viviendo tanto tiempo sin darse cuenta, el nuevo hogar donde convive con la soledad de su memoria.
El tic tac del reloj de pulsera dejó paso al silencio, y con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa marcada en su cara, se dio cuenta que el reloj se había parado, se lo quitó, lo miró, respiró hondo y se fue con el reloj en su muñeca y con la sonrisa abrazada a sus recuerdos.